Por Zabdiel Torres. Los medios se han llenado de noticias sobre la muerte de Michael Jackson. Principalmente han sido de dos tipos: 1) revelaciones controversiales sobre las causas directas de su muerte; 2) homenajes póstumos al “Rey del Pop” como un “icono de la música”. Pero son noticias que se levantan como cortina de humo para opacar la enseñanza de fondo que me parece importante rescatar de todo esto: las consecuencias inevitables de violar los principios de Dios.
Todo lo que pudimos ver en la historia de Michael Jackson y los problemas que enfrentó a lo largo de su vida: la ruptura con su familia, las acusaciones de pederastia, sus tendencias megalómanas, anorexia, deudas millonarias, adicción a los calmantes, entre otros problemas, fueron solo manifestaciones superficiales de una causa raíz profunda bastante común: resistir la gracia de Dios al rechazar sus principios, sobre todo el más básico de ellos: el principio del diseño.
La Biblia nos dice que todo ha sido hecho maravillosamente por Dios (Sal. 139:14), que cuando estábamos siendo formados en el vientre de nuestra madre, Él ya tenía el diseño final de nuestro ser establecido en su libro (Sal. 139:16). La mayoría de las personas no aceptan el diseño que Dios ha establecido para sus cuerpos. Creen que son muy altos, o muy bajos, demasiado blancos o morenos, o no les gusta su pelo o su nariz. En el caso de Michael Jackson, el rechazo a este principio era muy evidente.
¿Por qué Dios no nos hace exactamente como queremos ser? Él quiere desarrollar en nosotros humildad para poder recibir entonces de su gracia (St. 4:6). Los defectos físicos, incluso las alteraciones que sufrimos a lo largo de la vida como consecuencia de accidentes son usados por Dios para desarrollar en nosotros el carácter de Jesucristo. Contrariamente a lo que suponen las películas, la Biblia nos dice que el Señor Jesús no era guapo (Is. 53:2). Dios nos quiere enseñar que la felicidad no está en cómo nos vemos exteriormente, sino cómo somos en nuestro interior (Mt. 5:3-12).
La amargura, los valores temporales y la impureza moral vienen cuando rechazamos los principios de Dios. Cuando rechazamos el principio del diseño sobre nuestras vidas nos sentimos inferiores y nos volvemos incapaces de relacionarnos correctamente con los demás. Si un marido se rechaza a sí mismo, será difícil que acepte a su esposa. Si un adolescente quiere cambiar la manera en que Dios lo hizo se sentirá inferior y comenzará a tener comportamientos indeseables en su manera de vestir, de peinarse, de hablar, etc. Pero lo más grave de todo es que cualquier persona que rechaza su diseño rechaza a su Diseñador.
Hay diez cosas “inalterables” en la vida del hombre y que forman parte del diseño de Dios en nuestras vidas:
1. Los padres.
2. La época en la que se nace.
3. La raza.
4. La nacionalidad.
5. El género.
6. El orden de nacimiento (el lugar que se ocupa entre los hermanos).
7. Hermanos y hermanas.
8. Rasgos físicos.
9. Capacidad mental.
10. Envejecimiento y muerte.
Michael Jackson rechazó varios de estos “inalterables” de manera sistemática. Las consecuencias de no aceptarlos fueron evidentes en la historia de su vida y ahora en su triste desenlace: una muerte prematura, inmerso en la soledad, endeudado, pero sobre todo, sin cumplir con el propósito que Dios quería para él. La obra de destrucción que satanás hizo en el cuerpo de Jackson es la misma obra que quiere hacer en todos nosotros. Hay cuatro razones por las cuales el Enemigo odia nuestro cuerpo y procura constantemente destruirlo:
1. Somos hechos a la imagen de Dios (Gn. 5:1).
2. Nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19).
3. Somos el Cuerpo de Cristo (1 Cor. 6:15; 1 Cor. 12:27).
4. Nuestro cuerpo puede ser un instrumento de justicia (Ro. 6:13).
Al rechazar los “inalterables” de nuestro cuerpo abrimos la puerta para que satanás lo destruya.
El primer paso para aceptar el Diseño de Dios sobre nosotros es detectar cualquier ingratitud para con Dios. ¿Hay algo en tu vida que no aceptas, pero que está en la lista de los “inalterables”? El segundo paso es dar gracias a Dios por la manera como te ha hecho hasta ahora, especialmente por aquello que te disgusta. Finalmente, es necesario tomar la decisión de “cooperar con Dios” en el desarrollo del carácter de Jesucristo a partir de tus “defectos”. Solo entonces, un enorme cargamento de gracia vendrá sobre tu vida para hacer la voluntad de tu Creador y podrás decir: “de buena gana me gloriaré en mis flaquezas, porque habite en mí la potencia de Cristo” (2 Cor. 12:9).
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